24/11/2007
ARTURO SAN AGUSTÍN
El problema de Paco Candel, gorrión con frío, enfermo de la posguerra, los pulmones, todo aquello, es que era buena persona y eso nunca favorece al escritor. Además, fue sinceramente de barrio y para ser sinceramente de barrio y triunfar para siempre en ciertas cosas de la cultura, aquí, en Barcelona, has de tener padrinos burgueses. Burgueses como aquel poeta que se lo bebía todo y acababa siempre apalizado por algún chapero. Burgueses como esos que describe Esther Tusquets, quien acaba de asegurar que ella será siempre una señora.Herramienta de escritorPaco, que anduvo un tiempo en las políticas, le copió la barba a su admirado Hemingway. Y el pañuelo en el cuello, pañuelo contra la faringitis, se lo copió a Stewart Granger, que también tiró mucho en la sabana africana. Estas cosas, la barba y los pañuelos en el cuello, son necesarias cuando uno nace o vive en un verdadero barrio y decide permanecer sinceramente en él. Porque así como algunos utilizan el barrio, sus boquerones y cervezas solo como escenario de sus fotos, sus entrevistas y sus televisiones, Paco nunca lo abandonó. Siempre vivió en su barrio.La barba fue durante mucho tiempo herramienta de escritor, pero la de Paco era algo más que eso. La barba de Paco era una barba que te contaba las aventuras que él sabía que nunca podría vivir. La barba de Paco mereció mejor suerte, pero ahí estaba: siempre muy dispuesta en una cara bondadosa y solidaria. Cuando ya era famoso, incluso querido, yo siempre veía triste a Paco. Triste, pero con aparente buen humor. Los buenos de verdad, los solidarios, son así. Pasean una tristeza profunda, pero siempre son amables contigo y te preguntan por la mujer y los hijos, aunque no los tengas.No creo que Paco cruzara alguna vez un paso de peatones con el disco en rojo. Ni que entrara en una habitación o casa sin llamar antes a la puerta. Paco era un tipo sobrio, aparentemente frágil, y siempre parecía andar con la enfermedad. Con la propia y con la ajena. Paco tenía la risa pronta, pero breve. Aquella tristeza profunda tan suya, que quizá era simple responsabilidad --y yo me entiendo-- a veces parecía admirar a ciertos golfos de la literatura que, poco a poco, vamos descubriendo que solo eran audaces con la lengua.Creo que al final, quizá demasiado tarde, Paco encontró eso que llamamos amor y que es mucho mejor que la literatura. Lo vi con mis propios ojos y me alegré. Alguien lo había transformado incluso físicamente. O sea, que aquello olía a amor y por eso no lo saludé. Me limité a mirarlo y a comprobar que le habían extirpado su profunda tristeza.Mira, Paco, déjame hoy insistir con el tango. Déjame imaginarte con atuendo porteño, mandando en el adoquín y en el barrio. Déjame imaginarte audaz, con un poco de tacón, sombrero, pañuelo y chaqueta muy ceñida. Déjame imaginarte casi apache mientras el bandoneón de mi amigo Marcelo Mercadante se pone en marcha. "En la pared de la vida normal/ bajo la sombra de los balcones/ una mancha/ nube de otoño/ como si el cielo pensara humedad."Chau, viejo.
El problema de Paco Candel, gorrión con frío, enfermo de la posguerra, los pulmones, todo aquello, es que era buena persona y eso nunca favorece al escritor. Además, fue sinceramente de barrio y para ser sinceramente de barrio y triunfar para siempre en ciertas cosas de la cultura, aquí, en Barcelona, has de tener padrinos burgueses. Burgueses como aquel poeta que se lo bebía todo y acababa siempre apalizado por algún chapero. Burgueses como esos que describe Esther Tusquets, quien acaba de asegurar que ella será siempre una señora.Herramienta de escritorPaco, que anduvo un tiempo en las políticas, le copió la barba a su admirado Hemingway. Y el pañuelo en el cuello, pañuelo contra la faringitis, se lo copió a Stewart Granger, que también tiró mucho en la sabana africana. Estas cosas, la barba y los pañuelos en el cuello, son necesarias cuando uno nace o vive en un verdadero barrio y decide permanecer sinceramente en él. Porque así como algunos utilizan el barrio, sus boquerones y cervezas solo como escenario de sus fotos, sus entrevistas y sus televisiones, Paco nunca lo abandonó. Siempre vivió en su barrio.La barba fue durante mucho tiempo herramienta de escritor, pero la de Paco era algo más que eso. La barba de Paco era una barba que te contaba las aventuras que él sabía que nunca podría vivir. La barba de Paco mereció mejor suerte, pero ahí estaba: siempre muy dispuesta en una cara bondadosa y solidaria. Cuando ya era famoso, incluso querido, yo siempre veía triste a Paco. Triste, pero con aparente buen humor. Los buenos de verdad, los solidarios, son así. Pasean una tristeza profunda, pero siempre son amables contigo y te preguntan por la mujer y los hijos, aunque no los tengas.No creo que Paco cruzara alguna vez un paso de peatones con el disco en rojo. Ni que entrara en una habitación o casa sin llamar antes a la puerta. Paco era un tipo sobrio, aparentemente frágil, y siempre parecía andar con la enfermedad. Con la propia y con la ajena. Paco tenía la risa pronta, pero breve. Aquella tristeza profunda tan suya, que quizá era simple responsabilidad --y yo me entiendo-- a veces parecía admirar a ciertos golfos de la literatura que, poco a poco, vamos descubriendo que solo eran audaces con la lengua.Creo que al final, quizá demasiado tarde, Paco encontró eso que llamamos amor y que es mucho mejor que la literatura. Lo vi con mis propios ojos y me alegré. Alguien lo había transformado incluso físicamente. O sea, que aquello olía a amor y por eso no lo saludé. Me limité a mirarlo y a comprobar que le habían extirpado su profunda tristeza.Mira, Paco, déjame hoy insistir con el tango. Déjame imaginarte con atuendo porteño, mandando en el adoquín y en el barrio. Déjame imaginarte audaz, con un poco de tacón, sombrero, pañuelo y chaqueta muy ceñida. Déjame imaginarte casi apache mientras el bandoneón de mi amigo Marcelo Mercadante se pone en marcha. "En la pared de la vida normal/ bajo la sombra de los balcones/ una mancha/ nube de otoño/ como si el cielo pensara humedad."Chau, viejo.
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